puertaycamino

edita comentarios a mis entradas

jueves, 10 de febrero de 2011

Camino ,Carixena

A veces el camino es difícil, largo y complicado, oscuro, casi sin luz. Tendremos, a veces, que apelar a todas nuestras fuerzas, apartar obstáculos y buscar las pequeñas cosas . Intentaremos encontrar, entonces, la belleza y la fuerza que nos ayude a seguir.

LA TIA JULIA María Jesús (Carixena)

LA TIA JULIA

Siempre la recuerdan allí, sentada, con la mirada ausente en el mismo arcón que usaba su madre, la güelina Pepina. Aquel arcón “misterioso” que nadie podía abrir. Su hermanos, David y Sabino, decían que había que quererla mucho y respetarla; los demás, sobrinos sobre todo, no entendían la razón de tantas contemplaciones. La tía Julia vivía con su hermano David, estaban solteros los dos y se hacían compañía mutua, una compañía triste y sufrida, llena de silencios, sin horizontes, sin futuro…
…Julia era una mujer llamativa, rubia, buena moza y con unos increíbles ojos verdes. Muchos jóvenes la pretendían.  Rondaban a su alrededor intentando conseguir la complicidad de sus dos hermanos para llegar a ella. La joven, sin embargo; solo tenía ojos para Manuel. Se conocieron y sus sentimientos se fueron haciendo cada vez más firmes y profundos. Rosa su hermana mayor, ya  había dejado el hogar familiar, se había casado y formado su propia familia. Sus dos hermanos solteros todavía, seguían en la casa materna. Pepina veía con buenos ojos esa relación, puesto que el muchacho, al ser del mismo pueblo, era conocido de la familia. El tiempo transcurría y la vida se desarrollaba tranquila  aunque con las dificultades del momento y de la época.
Manuel, hombre inquieto, deseaba mejorar su situación por lo que, después de convencer a su familia, intenta lo mismo con Julia y lo logra. Se casarán y marcharán a América donde esperan mejorar su fortuna. Hacen planes para ese futuro que forjarán los dos juntos en esa tierra extraña y llena de promesas. Los dos hablan con Pepina que se niega en redondo. Nadie consigue que cambie de opinión, ni los otros hijos, ni  Manuel, con la ayuda de sus padres, ni las lágrimas de Julia. Pepina se muestra inflexible, no se casará con Julia ni se la llevará, solo acepta que Manuel una vez establecido en Argentina y con el porvenir resuelto se case por poderes con su hija y la reclame. Así las cosas  el muchacho,  no abandona su proyecto, y se marcha con la promesa de escribir a menudo. Julia que llora y se desespera ante la intransigencia de su madre, deja pasó a la esperanza de unas cartas y de un próximo reencuentro.
La muchacha se encierra en si misma, apenas  sale de casa y solo vive esperando aquellas cartas que renovarían su esperanza en el futuro. Una vez a la semana Pepina bajaba al pueblo, hacía sus pequeñas compras y recogía el correo en la estafeta. Julia corría al  encuentro­ de su madre, con el anhelo reflejado en su mirada.-¿Madre hay algo?, -No, hija no hay nada. La desilusión descomponía aquel rostro quitándole toda  expresión. Así pasaron las semanas y los meses; hasta que Julia no preguntó más.  Ya no había esperanza. La certeza del olvido de Manuel llenaba toda su vida de un mudo reproche. Triste y silenciosa se movía por la casa y el huerto, con la mirada verde colgada del silencio del abandono; como una sombra de si misma. Vivía solo para la familia sin apenas relacionarse con nadie. Era tal su ensimismamiento que todos decían que estaba enferma de melancolía; estado que se agravó tras la muerte de su madre y que determinó que  acabaran por llevarla al médico y más tarde al psiquiatra que la puso en tratamiento.
 Cuando Pepina intuyó que se acercaba su final, mandó llamar a sus hijos Sabino y David: -“Hijos, yo voy a faltar, así que tendréis que ocuparos de vuestra hermana Julia, ella no está bien. Yo tengo gran parte de culpa. Manuel no la olvidó como ella cree, estuvo escribiéndole durante mucho tiempo, hasta que, al no recibir contestación, dejó de hacerlo. Yo guardé sus cartas. Ella no lo sabe. No dice nunca nada, pero yo  sé que solo vive para su recuerdo. Seguramente hice mal, pero no quería que se marchara tan lejos. Esperaba que conociera a otro y que el recuerdo de él  se fuera desvaneciendo, pero no fue así. Ahora ya no tiene remedio”. Los hijos no daban crédito a lo que la madre les contaba. Callaron y jamás se lo contaron a Julia, simplemente la cuidaron hasta el final de su vida, un día cuando empezaban a florecer las mimosas. Cuando le quitaron a Pepina la llave del arcón, que tan celosamente guardaba, lo abrieron; dentro: un montón de libros de Química del abuelo, carcomidos por el tiempo, y cuidadosamente atadas todas las cartas de Manuel…
…Julia, ronda una y otra vez la vieja casa de sus padres, se sienta sobre aquel arcón, guardián de su desgracia. Cruza las manos sobre su regazo y reflexiona.-“ ¿Por qué todo el mundo tuvo derecho a determinar mi vida,  a decidir mi futuro?. Primero, fue madre, que como había encerrado sus ilusiones en el arcón, decidió enterrar las mías: Tuve que plegarme a la voluntad de todos. Hicieron de mi una disminuida mental incapaz de decidir.  Primero mi madre determinó mi futuro sin preguntar, después, mis hermanos resolvieron y me sometieron a su tutela y amparo: me protegieron con su mejor intención. ¿y la de mi madre?, ¿cuál fue la intención de mi madre al negarme el derecho  a vivir mi propia vida, la que yo había elegido?¿amor ante un futuro incierto?  ¿Egoísmo por  miedo a quedarse sola? En cualquier caso, mi vida y mis sentimientos quedaron detenidos en el tiempo con la mirada y la sonrisa congeladas de esperanza. Anhelando palabras que nunca oiría ni pronunciaría. Esperando resignada mí destino. Yo también, como la mayoría de las mujeres de mi tiempo, era como una casa hecha con ladrillos prestados, apenas sin ventanas, a la espera de una vejez decrépita. De nuevo tutelada, a veces, por unos hijos a menudo hostiles. Portadoras de un sentimiento de abandono, con la resignación de los árboles de raíces profundas y copa ya desarbolada. Una vejez de tristeza infinita y sin respeto. Con un destino de desván y profecía, establecido de antemano. Tal vez, solo tal vez, las cosas cambien y las mujeres nazcan realmente libres, con la rabia infinita de siglos de silencio. Nacerán con un gen mutante de rebeldía y furia que repudiará el mandato bíblico de la obediencia”. Julia se incorpora, en sus ojos nada se refleja, ni luz ni oscuridad, solo vacío. Camina lentamente y se desvanece…solo queda el dulzón aroma de las mimosas.
…Isolina, tiene que pensar, quiere estar sola. No hay mejor sitio que la casa de la abuela. Desde que murió la tía Julia allí no vive nadie, solo silencio y penumbra. Ni siquiera abre las contraventanas al entrar, le basta la luz que se filtra por las rendijas. Se sienta en el arca, aquel mueble siempre cerrado que de pequeña la tenía obsesionada, porque la abuela, obstinada, nunca quería abrir. Luego resultó que no había nada importante, solo libros carcomidos y cartas antiguas, ¡bah¡ no era para tanto el misterio. Isolina está enfadada con sus padres y con el mundo. Quiere casarse y no la dejan. Ella está enamorada de Salvador un minero zalamero y embaucador que la tiene hechizada. Solo piensa en él y con la ayuda de su hermana Lola se escapa para verle. Su padre, Sabino, al enterarse, la castiga. Así llevan un tiempo, ella testaruda y cabezona y su padre intransigente. No quiere que se case, porque es muy joven, tiene veinte años. Quizás espere algo mejor para la niña de sus ojos, como dice su madre. Cierto que, la joven es muy guapa y tiene muchos pretendientes. Ella se ríe de todos  abiertamente  y sin recato; solo quiere a uno y todos los demás sobran. Es voluntariosa y terca. Salvador,  que también es músico, será su marido o nadie. Solo sabe que cuando él le canta, a ella el mundo le cambia de color, todo lo demás desaparece y carece de importancia. No sabe qué hacer, está indecisa, adora a su padre y no quiere disgustarle, pero…su amor es lo importante.. Un suave rumor la sobresalta, levanta la cabeza. A su alrededor no hay nada, sin embargo nota cerca de ella una presencia extraña, algo indefinido. Le parece oír la voz de la tía Julia en su interior, ¡qué tontería¡ pero el rumor se repite y también la voz: ¡vive, vive,¡ que nadie viva por ti¡. Extrañada se revuelve y mira, ¡nada¡, que raro, sin embargo vuelve a repetirse con insistencia: vive, vive…Se levanta y abre uno de los postigos, la luz entra iluminando la estancia. Isolina toma una decisión, nada la va a detener se casará por las buenas o por las malas. En la pared el retrato de la tía Julia parece tener la sonrisa más triste que de costumbre y un suave aroma de mimosas se expande por la estancia…
…Años después Isolina regresa a la casa de la abuela que sigue cerrada y sola. Se abre solo de vez en cuando; huele  a abandono, a viejo. El aire parece contener cenizas, pero solo es polvo y abandono, recuerdos amontonados en rincones del pasado. Apenas se inicia la primavera. Fatigada se sienta en el viejo arcón, quería ver de nuevo la casa, el lugar donde su espíritu indómito tomó la decisión más importante de su vida. Rememora los últimos años. ¡Fue tan feliz cuando se casó con su hombre¡, por fin estaban juntos. Cuando nació su hija sintió que ya estaba completa. Ni la escasez de los tiempos difíciles de la posguerra, ni las peleas por el temperamento ardiente de los dos  oscurecían su felicidad. Solo la pérdida del primer hijo y ahora su enfermedad consiguieron enturbiar esos momentos. La joven, que solo tiene veinticinco años, sabe que se está muriendo. Se aferra a la vida con todas sus fuerzas. Lucha desesperada por burlar esa jugada del destino. Pero ella sabe que ya todo es inútil, la enfermedad ha podido más que sus ganas de vivir. Tal vez piensa que allí en la vieja casa encontrará las fuerzas para aceptar lo inevitable. El retrato de la tía Julia, cada vez más deteriorado por la humedad y el olvido, sigue mirando con su infinita tristeza y sus ojos vacios de expresión,  al infinito.  Abre las ventanas de la habitación de la abuela. La mimosa está floreciendo y el jardín desolado de invierno y abandono parece renacer de nuevo. Todo grita a la vida renovada. Las lágrimas se deslizan por las mejillas de la joven, ya no volverá lo presiente, se lo grita cada uno de los poros de su piel. Piensa en su hijita, es tan pequeña. Apenas ha podido verla este último año, no la dejaban acercarse. La veía de lejos y su último contacto fue un beso a su culillo regordete. Cuánto desea apretarla y cubrirla de esos besos que solo da una madre. Ahora que salió del hospital, que ya la mandan a casa a morir, puede verla, pero de lejos, siempre de lejos. La pequeña al menor descuido corre hacia a su madre, pero no es posible, ella no la deja acercarse a la cama y la mantiene a distancia con una escoba. Respira trabajosamente. Cierra la ventana. Vuelve al salón y se sienta. Quisiera oír de nuevo aquella voz que la animó hace unos años a luchar por su amor, a no plegarse a lo que mandaban. Sin embargo le parece notar un rumor extraño que la envuelve, no hay voces esta vez, solo un intenso olor de mimosas…

MIMOSAS Yosune (Acuarela)

domingo, 2 de enero de 2011

Una puerta que se cierra para siempre María Jesús (Carixena)


UNA HISTORIA SENCILLA

Hoy es un día triste, especialmente triste. Cuando alguien te abandona, se va, deja en tu espíritu el sabor de la ausencia. Una sensación de pérdida que te encoge el ánimo; un vacio que no sabes cómo llenar. Ella fue especial. Alguien cariñoso y tierno. Ella me descubrió Tanes…
…Un grupo de amigas inquietas. Una reunión para charlar alrededor de un libro. El volumen se desmenuza en un intento de asimilar y aprender de su lectura. Opiniones dispares provocadas por sus párrafos. Cuando me hablaron de la tertulia me entusiasmó la idea y me incorporé un poco más tarde , cuando ellas ya llevaban un tiempo. Me encantó. Era y es sencilla, sin pretensiones intelectuales, solo mujeres queriendo saber, queriendo sentir y compartir.
Nos reuníamos alrededor de un desayuno generalmente  en casa de Aida, sus tortos eran increíbles. Así entre tortos y cafés discurría la conversación. Distendidas y relajadas cambiábamos impresiones. A veces surgían brotes de apasionamiento. División de opiniones que se solventaban entre risas y anécdotas. Maritina formaba parte del grupo.
Le gustaba pintar. Muchas veces me mostró sus cuadros con el entusiasmo del que pone su alma en todo lo que hace. Quería crear, lo mismo en un lienzo, que con un nuevo plato en la cocina. Sus pinceladas, a veces dubitativas, mostraban la inseguridad del que inventa. Del que quiere mostrar al  mundo su idea y no sabe muy bien como. Parecía que todo lo que quería contar no cabía en su paleta. Sus tonos siempre suaves y discretos, cómo ella.
La pintura creó un nexo entre nosotras. Aparecía, a veces, en mis clases para comentar alguna cosa: los diferentes matices de unas flores en el lienzo, la fuerza de las pinceladas o simplemente para conocer mi opinión sobre algún tema determinado. Realicé un cuadro de hortensias para ella, jamás volveré a pintarlas sin que su recuerdo me acompañe.
Siempre hablaba sobre su pueblo, Tanes. Estaba orgullosa de él y por fin lo conocí. Era un día brumoso, gris, de nubes compactas y densas. Aunque el paisaje me gustó, no pude apreciarlo en toda su magnitud. Su casa era preciosa, confortable. Una casa para ser vivida. Transmitía serenidad, como ella. Celebramos la tertulia literaria allí y realmente la disfrutamos. Gracias a una anfitriona meticulosa y detallista.
Meses más tarde, atendiendo su invitación, regresé a Tanes. Era primavera. La carretera  ascendía hacia el puerto, bordeando el pantano. De pronto el pueblo pareció emerger, para quedar flotando entre la niebla. Sobre él un cielo azul, resplandeciente, recortaba las montañas. Al borde del agua, asomó la Colegiata de Santa María. Sus tejados brillaban bajo la espadaña. Fue una imagen irreal, sorprendente y muy bella. Esa impresión súbita me deslumbró. Ha quedado grabada en mi memoria para siempre.
Ya en su casa, Maritina y su esposo Ignacio, hicieron de ese día una jornada agradable, digna de recordar. La comida solo fue un pretexto para una larga conversación. Desde el jardín divisábamos las aguas calmas del embalse centelleando al sol. Sin apenas viento, los sonidos parecían colgar suspendidos del silencio: el ladrido lejano de un perro, el parloteo incesante de los pájaros. Así ha quedado aquel día prendido en mi recuerdo.
Quedamos en repetirlo y ya no pudo ser. Circunstancias que nunca buscamos nos atraparon. Y pasó el tiempo…Ella enfermó, llevó su mal discretamente. Nunca sospechamos el alcance de su enfermedad. Su muerte nos ha sobrecogido como ocurre siempre con lo inesperado. Ella se ha ido. No puedo consolar a Ignacio ni a su hijo; solo puedo intentar comprender su pena. En la tertulia su ausencia se hará más evidente y pesará en nuestro ánimo. Ahora siento todo lo que no le dije, todo no que no le pregunté, todo lo que no la escuché.
Yo volveré a Tanes un día lleno de sol y primavera. Iré a la Colegiata y me sentaré bajo los arcos del pórtico. Miraré el pantano y sé que lloraré pensando en ella. Tanes y ella para siempre unidos en mi recuerdo.

Y de pronto la puerta se cierra...Yosune (Oleo sobre tabla)

A veces la puerta se cierra definitivamente al futuro, y los que nos quedamos al otro lado, sentimos ese vacio inmenso que nos dejan los que desde el otro lado contemplan nuestra soledad y tristeza

Cuando el camino es dificil.Carixena (Maria Jesus)

NADA
La vida en Madrid no era fácil. Habíamos llegado de Francia, de Nevers, tras el espejismo de la segunda república. ¡Mi marido, tenía tantas esperanzas¡…En Francia vivíamos francamente bien. Teníamos una hermosa casa con huerto y jardín, un trabajo estable y los niños iban al Liceo, un gran colegio. Le convencieron sus hermanos, creyó que con el nuevo régimen España cambiaría y lo dejamos todo. Él dejó su trabajo, vendimos la casa,  y con los tres niños y con todo el dinero vinimos a España. A mí nunca me gustó la idea, si allí estábamos bien, para que cambiar… Pero fui incapaz de hacerlo razonar. Solo me consolaba la esperanza de pasar por el caserío en Goizueta y ver a mi madre y mis hermanas, no fue posible. Así que a partir de aquel momento iniciamos una nueva vida.
 Empezamos mal, nada más cruzar la frontera nos robaron. Afortunadamente el dinero estaba en varios sitios diferentes, pero aún así, fue un duro golpe a nuestra economía. Al llegar a Madrid, fuimos muy bien recibidos, todo fueron parabienes por parte de la familia de mi marido. Teníamos dinero. Fuimos a vivir muy cerca del barrio de Salamanca. Pusimos una frutería por consejo de sus hermanos y acabo metiéndolos en el negocio. Poco a poco todo empezó a ir de mal en peor. Faltaba dinero y género hasta que la situación se hizo insostenible. Cerramos el negocio, cambiamos de domicilio varias veces y el de trabajo. Cada vez los barrios eran peores, las casas más míseras. Su familia no me hablaba y empezaron los verdaderos problemas. Siempre había sido un hombre muy celoso, pero entonces, era terrible, desconfiaba de todo el mundo. Me tenía agobiada. Cada día era peor. Llegué a la convicción de que su familia lo estaba “envenenando” contra mí. Primero fueron gritos, insultos y amenazas, luego… Nos separamos, busqué un trabajo de cocinera y me fui con mis hijos.
A los pocos días me detuvieron y ante mi asombro, la acusación fue por  abuso y corrupción de menores, por haberme acostado con mi sobrino, un muchacho de diecisiete años. No pudo acusarme de adulterio, porque ya no era delito, pero si se refirieron a ello durante el juicio, en el que su familia fue principal protagonista. No podía dar crédito. Todos aquellos acontecimientos pasaron como en un sueño, una pesadilla irreal de falsos testimonios, odios y rencores. Al final, en la cárcel de Ventas; la condena, firme. Todo mi mundo se había venido abajo. Y mis hijos, ¿cómo estarían mis hijos?. Ni siquiera pude verlos.
En la cárcel, al cabo de poco tiempo, todo eran rumores: algo había pasado, no estaba claro el qué: que si otra vez la guerra en África, que si un general había tomado el poder, que si eran los falangistas…Nada con certeza, solo las pocas noticias que nos llegaban del exterior. No era mi caso, a mí nadie me escribía, nadie me venía a ver. Poco tiempo después ya era certeza, había una guerra. Una guerra entre nosotros. ¡Dios mío, otra guerra, no¡. Yo ya había vivido otra en Francia, allí murió mi primer hijo, Jaime, durante un bombardeo en 1916. Empezamos a oír el ruido de esos cañones, que yo conocía tan bien, después los bombardeos. Un día de pronto me vi en la calle, unas milicianas me subieron a un camión y con ellas crucé Madrid. Busque a mis hijos, ni rastro de ellos. Fui a ver a su familia y supliqué noticias, con total indiferencia a mi desesperación, solo me dijeron que mi, todavía, marido se los había llevado a Cataluña, nada más. Corrí de un lado a otro, preguntando en todas partes,  nadie sabía NADA…
 Todos los días me levanto, aunque no quiera. Ante el desánimo, solo me mueve un pensamiento: quizás sea hoy el día. Tal vez hoy el destino me ponga delante a los que quiero, a esos que espero desde hace años y que el tiempo ha congelado en mi memoria…Y transcurre el día y pasa lo de siempre: el mismo trabajo, la misma gente, las mismas cosas …y por la noche, cansada, una última idea me acompaña:  tal vez será mañana.
…y con esa esperanza vivo y lucho y sigo adelante; un día tras otro, un año tras otro, desde aquel terrible momento en que la casa se me vino encima. Recuerdo el sonido lejano de los cañones, de pronto, las sirenas, luego el ruido, luego…NADA.  Me desperté en un lugar extraño.  Sin saber donde estaba y quien era. Me ayudaron los médicos, luego unas milicianas que me recogieron y que me empujaron a vivir. Primero llegó el nombre, Josefa, luego recuerdos inconexos de mi infancia. Más tarde la amarga realidad: la guerra, el fracaso del matrimonio, un marido celoso y vengativo, los bombardeos sobre la Casa de Campo, y unos hijos que no sabía dónde estaban.
La guerra terminó al fin pero la búsqueda larga y estéril continúa. Durante la contienda no había rastro.  La gente que nos conocía o la familia de mi esposo solo me dijeron que había sacado a mis hijos de Madrid. En los organismos oficiales ¿a la mujer de un rojo?: la respuesta era: NADA. Y yo seguí esperando día a día, y sigo preguntando y la respuesta sigue siendo: NADA.
Hoy camino de nuevo por la calle, como ayer, como siempre. Voy hacia el metro. Hay mucha gente en la Gran Vía, pregunto qué ocurre: Eva Perón está  en Madrid; en este momento se dirige hacia no sé dónde. La policía ha acordonado la zona, empuja a la gente para que no se acerquen demasiado. Intento pasar, tengo prisa, pero me cierran el paso. Entre la muchedumbre veo pasar a Eva Duarte, va caminando lentamente, lleva un gran sombrero y un ramo de flores en el brazo, se detiene y vuelve a saludar a los que la vitorean. Me fijo en el séquito que la acompaña. Entonces, en ese grupo, veo a una mujer joven. Vuelvo a mirar incrédula. ¡Es ella¡ Quiero gritar, pero la voz se me estrangula en la garganta: Ángela, apenas un susurro. Vuelvo a intentarlo y quiero correr hacia ella. Vienen los guardias, me sujetan. Veo que el grupo se aleja, y desesperada grito aún más fuerte: ¡¡ÁNGELA¡¡ Ese grito rompe la mañana. La joven se vuelve sorprendida, retrocede unos pasos, me mira y asombrada corre hacia mi gritando: ¡¡MADRE¡¡. Me abraza, la aprieto contra mí y entre llantos y risas y amor atropellado pienso: Hoy si fue el día.

Un largo camino Yosune, Acuarela

Recorrer un largo camino, a veces llano, a veces dificil y sinuoso. Seguir adelante con alegría, con fatiga, con dolor, con el ánimo tranquilo o exultante, paso a paso... Adelante, siempre adelante aunque en alguna ocasión nuestro espíritu flaquee... Solo es la vida