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domingo, 2 de enero de 2011

Una puerta que se cierra para siempre María Jesús (Carixena)


UNA HISTORIA SENCILLA

Hoy es un día triste, especialmente triste. Cuando alguien te abandona, se va, deja en tu espíritu el sabor de la ausencia. Una sensación de pérdida que te encoge el ánimo; un vacio que no sabes cómo llenar. Ella fue especial. Alguien cariñoso y tierno. Ella me descubrió Tanes…
…Un grupo de amigas inquietas. Una reunión para charlar alrededor de un libro. El volumen se desmenuza en un intento de asimilar y aprender de su lectura. Opiniones dispares provocadas por sus párrafos. Cuando me hablaron de la tertulia me entusiasmó la idea y me incorporé un poco más tarde , cuando ellas ya llevaban un tiempo. Me encantó. Era y es sencilla, sin pretensiones intelectuales, solo mujeres queriendo saber, queriendo sentir y compartir.
Nos reuníamos alrededor de un desayuno generalmente  en casa de Aida, sus tortos eran increíbles. Así entre tortos y cafés discurría la conversación. Distendidas y relajadas cambiábamos impresiones. A veces surgían brotes de apasionamiento. División de opiniones que se solventaban entre risas y anécdotas. Maritina formaba parte del grupo.
Le gustaba pintar. Muchas veces me mostró sus cuadros con el entusiasmo del que pone su alma en todo lo que hace. Quería crear, lo mismo en un lienzo, que con un nuevo plato en la cocina. Sus pinceladas, a veces dubitativas, mostraban la inseguridad del que inventa. Del que quiere mostrar al  mundo su idea y no sabe muy bien como. Parecía que todo lo que quería contar no cabía en su paleta. Sus tonos siempre suaves y discretos, cómo ella.
La pintura creó un nexo entre nosotras. Aparecía, a veces, en mis clases para comentar alguna cosa: los diferentes matices de unas flores en el lienzo, la fuerza de las pinceladas o simplemente para conocer mi opinión sobre algún tema determinado. Realicé un cuadro de hortensias para ella, jamás volveré a pintarlas sin que su recuerdo me acompañe.
Siempre hablaba sobre su pueblo, Tanes. Estaba orgullosa de él y por fin lo conocí. Era un día brumoso, gris, de nubes compactas y densas. Aunque el paisaje me gustó, no pude apreciarlo en toda su magnitud. Su casa era preciosa, confortable. Una casa para ser vivida. Transmitía serenidad, como ella. Celebramos la tertulia literaria allí y realmente la disfrutamos. Gracias a una anfitriona meticulosa y detallista.
Meses más tarde, atendiendo su invitación, regresé a Tanes. Era primavera. La carretera  ascendía hacia el puerto, bordeando el pantano. De pronto el pueblo pareció emerger, para quedar flotando entre la niebla. Sobre él un cielo azul, resplandeciente, recortaba las montañas. Al borde del agua, asomó la Colegiata de Santa María. Sus tejados brillaban bajo la espadaña. Fue una imagen irreal, sorprendente y muy bella. Esa impresión súbita me deslumbró. Ha quedado grabada en mi memoria para siempre.
Ya en su casa, Maritina y su esposo Ignacio, hicieron de ese día una jornada agradable, digna de recordar. La comida solo fue un pretexto para una larga conversación. Desde el jardín divisábamos las aguas calmas del embalse centelleando al sol. Sin apenas viento, los sonidos parecían colgar suspendidos del silencio: el ladrido lejano de un perro, el parloteo incesante de los pájaros. Así ha quedado aquel día prendido en mi recuerdo.
Quedamos en repetirlo y ya no pudo ser. Circunstancias que nunca buscamos nos atraparon. Y pasó el tiempo…Ella enfermó, llevó su mal discretamente. Nunca sospechamos el alcance de su enfermedad. Su muerte nos ha sobrecogido como ocurre siempre con lo inesperado. Ella se ha ido. No puedo consolar a Ignacio ni a su hijo; solo puedo intentar comprender su pena. En la tertulia su ausencia se hará más evidente y pesará en nuestro ánimo. Ahora siento todo lo que no le dije, todo no que no le pregunté, todo lo que no la escuché.
Yo volveré a Tanes un día lleno de sol y primavera. Iré a la Colegiata y me sentaré bajo los arcos del pórtico. Miraré el pantano y sé que lloraré pensando en ella. Tanes y ella para siempre unidos en mi recuerdo.

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