KIRA
Llegaste a mi al lado de tu hermano Khan, él inquieto y vocinglero, tu reposada, tranquila y muy inteligente. Desde el primer día te apropiaste de mi; yo era indiscutiblemente tuya y los demás y todo lo que era mío, algo que había que defender con uñas y dientes. Cuando a casa llegó Sisí, un pobre gatito abandonado, triste y famélico, lo viste entre mis manos, lo oliste y decidiste que uno más había llegado y que si era mío era tuyo también y había que protegerlo, te lo llevaste entre los dientes y con toda suavidad lo dejaste en tu cesta y lo colocaste entre tus patas. Llegaste a tener leche para amamantarlo sin haber parido y lo defendiste siempre ante todos a pesar de que era lo más atravesado que gato alguno fuera. El gato y yo éramos tuyos y solo tuyos.
El paso de los años no te trató bien, te dejó casi sorda, la dixplesia había afectado tus caderas y apenas te dejaba andar, aún así me seguías siempre, íbamos de paseo yo con mi cojera, tú, con la tuya y andábamos despacito por el jardín. Dormías en tu cesta al pie de mi cama, atenta a cualquier movimiento, siempre a mi lado hasta que un día ya no te pudiste levantar; junto a ti esperé la llegada del veterinario para que aliviara tus sufrimientos para siempre. Te acaricié una y otra vez y sé que comprendiste, lamiste mi mano mientras te ponían la inyección y entonces, nos miramos por última vez.
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